La popularidad que han adquirido las diferentes celebraciones que tienen relación con la naturaleza y sus ciclos se encuentra estrechamente vinculada con un intento de la humanidad por recordar y rescatar una conexión con el planeta que muchas veces sentimos perdida por la vida moderna, el sobre uso de las tecnologías y la falta de tiempo y espacios naturales.
Creemos y vemos de manera prometedora esta toma de conciencia, tanto espacial como temporal respecto a los ciclos constantes que afortunadamente cada día podemos percibir de manera más nítida y que nuestros antiguos vivían de forma orgánica. Cada vez toma más fuerza la tendencia de mirar la naturaleza como reflejo de nuestro interior, cuidarla para cuidar nuestro cuerpo y salud, como también encontrar en ella valiosas respuestas a cuestiones profundas y existenciales, por lo que tener conciencia de sus ciclos, dimensiones y cambios, nos ayuda a entendernos internamente y comprender el mundo que nos rodea y así, casi sin saberlo, recordar y honrar a nuestros ancestros.
En este Equinoccio de primavera para el hemisferio norte y otoño para el hemisferio sur, podemos encontrar diferentes tradiciones y celebraciones en los distintos territorios, sin embargo hay mucho en común. Por ejemplo en Ecuador, Perú, Bolivia, norte de Chile y Argentina se celebra el Pawcar Raymi (Sisa Pacha, Tumari Pukllay o Mushuk Nina según la comunidad), también conocida como fiesta del florecimiento. Esta celebración tiene como objetivo agradecer las primeras cosechas que se dieron según el ciclo agrícola pero al mismo tiempo, sembrar intenciones y preparar la siembra en miras del nuevo ciclo, es por esto que aunque el Equinoccio traiga el aviso del otoño, la intención y celebración está bañada de abundancia, colores, frutos y flores, ya que se busca intencionar y prever el futuro.
Como dijo Apu Wanka, profesor e investigador sanmarquino de Perú: “Para nosotros, marzo es el noveno mes del año, pues este (el año) se inicia en el solsticio de invierno, el 21 de junio. Y en este noveno mes, el equinoccio coincide con la fiesta ancestral del florecimiento, de las aguas, de todo lo femenino en la naturaleza. En realidad, es una fiesta propiciatoria porque hay que preparar la tierra y la semilla para la producción. Por eso es muy colorida”**.
Por otro lado, para el México Prehispánico marzo era un mes muy relevante. Se llamaba Tlacaxipehualixtli para las culturas del centro del país y la palabra significa «renovación de la tierra», haciendo referencia al cambio de estación. La naturaleza renacía y comenzaba el ciclo agrícola, por tanto, era vital ofrecer algo a los dioses a cambio de la protección de las cosechas (particularmente frente a los desastres naturales). Sin embargo, en los últimos años se podía ver muchos turistas llegando en masa a los centros arqueológicos más importantes de México a celebrar el cambio de estación y “recargar energías” como parte de un “moderno ritual”, sin embargo, más allá de los puntos de vista que se puede tener al respecto, hacemos hincapié en el vuelco de perspectiva que existe desde la modernidad para con el pasado, la naturaleza y su sacralidad.
Como siempre los eventos astronómicos han tenido gran importancia para las culturas prehispánicas y no es menor ya que como sabemos el equinoccio es el único momento del año en que el día y la noche duran lo mismo. Según la formación etimológica de la palabra: aequus nox, «noche igual» en latín, esto debido a que es el punto en los movimientos de traslación y rotación de la Tierra en que esta tiene un ángulo de 23.5º en su eje respecto al sol, de lo cual resulta la singularidad del fenómeno.
Volviendo al sur del continente nos encontramos con la palabra RIMÜ que significa «otoño/desnudo» en mapudungun, idioma de la cultura mapuche, ubicada en el territorio sur de Chile y Argentina, esta palabra hace alusión al ciclo otoñal, para lo cual se abren los tiempos de Trafkintu.
El Trafkintu en términos generales, es un proceso de intercambio de productos, de conocimientos y saberes entre integrantes de diversos territorios. En el intercambio se produce una nivelación de sus mutuas expectativas, poniéndose de acuerdo en las especies a intercambiar. Lo común es que cada comunidad hace trafkintu con las ventajas comparativas que tiene. Así la economía comunitaria, tiende a complementarse con aportes de otras economías locales.
Comúnmente a los trafkintu se lleva semillas criollas, nativas, plantas y especies nativas libres de agrotóxicos, junto a productos elaborados por las propias manos, ya sea arte, oficio o producto alimenticio.
Desde nuestras diversas tradiciones, podemos encontrar puntos en común como lo son los eventos naturales y astronómicos que marcan ciclos y nos llevan a comprender que somos habitantes de un mismo espacio, atravesados por miradas en común, memoria en común y perspectivas desde una raíz común.
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